Yo la veía cada
mañana en la estación, con sus auriculares azules a juego con sus ojos. Ella iba
todo el camino apretándose los parpados para no dormirse, sonreía a la gente
por inercia, y creo que a más de uno, sin darse cuenta le ha alegrado el día. A
mí me alegraba la existencia.
Un día una amiga me
pidió que la acompañara a tatuarse. Nos abrió la puerta ella, con una camisa de
cuadros y una falda floreada. Tendrías que ver cómo le quedaban esas botas… Nos
acompañó hasta el cuarto de operaciones. Las paredes estaban llenas de dibujos,
por todas partes había arte. ¿Y yo? Yo no me cansaba de mirarla. Sonaba una
canción de The Smiths, “Some Girls Are Bigger Than Others” creo, y el ruido agonizante
de aquella máquina dejó de serlo tanto cuando ella empezó a tararearla. Al
acabar nos invitó a un cigarro, que acabó en contarnos nuestras penas. Ella me
miraba, y me sonreía mientras me contaba sus tragedias, una pintura de
experiencias grises.
-“La vida es muy trágica,
pero yo puedo ser una verdadera maldita si me lo propongo”
Al día siguiente la
chica del moño deshecho apareció en la estación, por unos segundos creí
perderle de vista. Y es que mirándola el tiempo pasaba más rápido, esa chica es
un mundo. De repente noté unas manos frías tapándome los ojos, era ella, me
cogió de la mano y me llevó hasta el metro, estaba tan perdida en sus ojos que
no me di cuenta de que iba a perderlo.
Y así cada día pasaba
mis veinte minutos de trayecto junto a ella, creo que era una especia de
desayuno, lo que me daba fuerzas, como si al no verla mi día empezara más
flojo, sin sol y con frío.
El día que me
entregué totalmente a ella fue un día que no la vi dónde siempre, yo estaba
esperando el metro me giré y la vi en las escaleras, con los auriculares
puestos y lágrimas en los ojos. Puedo jurar que sus ojos eran un mar y su
tristeza era increíblemente hermosa, por más contradictorio que fuera. Me miró,
sin fuerza, y me abrazó tan fuerte que empecé a sentir toda su pena. Me propuse
sacarle una sonrisa, y pasé de ir a estudiar y me la llevé a pasear por donde
sea que haya sido ese lugar, le invité a tomar un café, ella odia el café, pero
se pidió un Mocca de caramelo, y desde entonces es mi café favorito.
Ella tiene una
forma de ser muy especial, nunca en mi vida había conocido a nadie así. A una
persona con tanta fuerza, con esos gestos tan suyos, con sus rarezas.
Ella es la persona menos cariñosa que conozco, pero cuando besa, besa de verdad
y cuando abraza te llena de amor. Ella es una de esas mujeres guapas, que no
sabe cuánto lo es, que no sabe a cuanta gente enamora cuando pasea por las calles
con esas faldas de flores, esa carita de niña buena, esos ojos de husky, sus
labios color vino y con todos esos lunares.
La he visto bailar canciones
sin ritmo, la he oído cantar canciones que odiaba y ahora no puede borrar del
reproductor de música. La he visto viendo bonito lo feo, la he visto siendo
sincera cuando quería mentirme. La he visto correr detrás de un gato, pero llegar
siempre tarde. La he visto llorar de tristeza y llorar de felicidad. La oído
reír pero no gemir. Y creo que quien pueda conocerla de esa forma ya puede ser
la persona más afortunada del mundo. Ella te hace comprender el significado de
la vida. Ella tiene las respuestas debajo del vestido. Entre la piel.
Un día, dormida me
habló, me cogió del brazo y me dijo “quédate”. No sé si es que yo lo soñé, pero
quiero quedarme para siempre. Es amistad, es admiración, es adoración, es amor.
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